La viticultura piamontesa tiene raíces muy antiguas, que se remontan al siglo VI a.C., cuando los pueblos celtoligures introdujeron el cultivo de la vid en estas tierras.
Ya en la Edad Media, gracias a una hábil selección de terruños, se identificaron las zonas más idóneas para la producción de vino: Monferrato, con sus uvas Barbesino, y las zonas de Turín y Alto Piamonte, donde el Nebbiolo encontró su hábitat ideal.
A lo largo de los siglos, gracias a la utilización de métodos de producción cada vez más refinados, los vinos tintos piamonteses han adquirido las características únicas que hoy los convierten en una excelencia reconocida internacionalmente.
Durante una nueva consulta, que tuvo lugar en la provincia de Asti y Cuneo, pudimos apreciar la heterogeneidad de este territorio, caracterizado por suaves colinas neblinosas y ordenadas agrupaciones de hileras, estratégicamente orientadas para aprovechar al máximo las características climáticas.
Los suelos, de composición arcillo-calcárea, confieren a los vinos de Langhe una gran complejidad y estructura, ofreciendo sensaciones envolventes y persistentes en la cata.
Tuvimos el privilegio de degustar verdaderas joyas enológicas, a menudo vinificadas en pureza para realzar la fuerte personalidad de cepas de fama mundial como el Nebbiolo y el Dolcetto.
Las bodegas históricas de la zona reviven y se renuevan gracias a inversiones específicas, adoptando tecnologías capaces de realzar su patrimonio vitícola y preservar la identidad del territorio.
Una evolución que se origina y desarrolla dentro de un concepto cada vez más importante y actual, el de la sostenibilidad medioambiental, que va de la mano del deseo de las bodegas de seguir produciendo vinos de alta calidad mediante una gestión prudente de los recursos.